Descendía, de buena mañana, un joven peregrino por una
empinada ladera, ensimismado en sus pensamientos, relajado hasta límites
insospechados, cuando, de improviso, se sobresaltó. Dos hombres rudos,
enzarzados en una acalorada discusión, le abordaron violentamente.
-
¡Eh, tú, muchacho! Si no me equivoco,
¿desciendes de la montaña sagrada, no?- le preguntó uno de los hombres.
-
Si por sagrada te refieres a esta montaña, a
cuyos pies, nos encontramos ahora, sí, vengo de ella- respondió el joven, aún
conmocionado, por la repentina conversación.
-
¡Bien! Quizás puedas solventar nuestra
discusión, ¿no es verdad que esta montaña es muy escarpada, está repleta de
riscos y es más que peligrosa?- le volvió a preguntar el mismo hombre, buscando
su confirmación.
-
Ciertamente señor, este descenso me resultó
arduo y arriesgado- le contestó el joven.
-
¡Ves!- gritó, súbitamente, dirigiéndose a su
polémico interlocutor-¿Cómo no iba a ser esta montaña de tal forma? De hecho, a
esta montaña se la considera sagrada, por su condición, porque su difícil
acceso la conserva virgen, exceptuando a viajero alocados como este muchacho:
más de uno a muerto, intentando profanar tan santo lugar.
-
Pero… En verdad, yo digo que vivo en un valle
cercano y he subido cientos de veces a la montaña. En ningún momento he visto
dificultad alguna, todo lo contrario, sus laderas son las más tendidas que
existen. Por eso se la considera sagrada, porque acoge a todo aquel que, de
buena fe, quiere ofrecerle una ofrenda en su cumbre- añadió el otro hombre.
La conversación iba camino de encallarse de nuevo, de hecho,
los ánimos parecían más caldeados que antes… Entre tanto, tomó la palabra el
joven peregrino:
-
Esa descripción, buen hombre, encaja
perfectamente con las cualidades de la montaña a la que he subido. En la
cumbre, ciertamente, me he encontrado con gente rindiendo tributos al espíritu
de la montaña- precisó el joven.
Estaba el segundo hombre empezando a henchir el pecho,
cuando intervino el primero:
-
¡Oh joven muchacho!, ¿acaso, nos tomas por
tontos? ¿Cómo es posible que estés de acuerdo conmigo y con este otro hombre,
si ambos opinamos cosas distintas?
-
Ni mucho menos, señor, ésa no era mi intención.
Yo sólo os he explicado lo que he visto, lo que he vivido en mi viaje por estos
parajes- contestó, apesadumbrado, el joven.
-
Pero… Es imposible, lo que tú quieres hacernos
creer, ¿cómo puede ser una misma cosa, dos cosas a la vez?- inquirió el primer
hombre.
-
No lo sé, desconozco el origen de vuestras
creencias, pero yo me he limitado a contaros lo que mis ojos han visto-
respondió el joven con perplejidad.
-
En verdad, tus ojos te traicionan, hijo mío. Además,
me ofende tu dialéctica, ninguneando mi fe, tratándola como una ingenua
creencia. Esta idea ha sido transmitida de generación en generación: mi padre a
mí, su padre a él y así sucesivamente… Esta fe es tan antigua como la montaña
misma, por eso, sé que es verdad-
pontificó el primero hombre.
-
Por una vez, estoy de acuerdo contigo, este
muchacho nos ha agraviado con su ostentoso desdén hacia nuestra fe. Estoy
seguro de que ni siquiera has subido a la montaña y, ni mucho menos, has podido
bajar de ella. Todo lo que nos cuentas no es más que una vil estratagema para
hacernos caer en la duda. Para que abjuremos de nuestras propias creencias.
Pero no ha surtido efecto, hemos descubierto el ardid a tiempo…- completó el
segundo hombre.
El joven peregrino, ante tal tesitura, viendo peligrar su
integridad, huyó de allí con las pocas fuerzas que aún le restaban. Los otros
dos hombres, emprendieron la persecución levantando sus puños al aire, lanzando
furibundas imprecaciones… Aunque fue en vano, el joven, aprovechando su mayor
rapidez y vigor, logró darles esquinazo. Cuando hubo cesado la huida, se sentó
a la sombra de un árbol a reponer fuerzas. Entretanto, volvió a abstraerse en
sus pensamientos: aún no daba crédito a lo que había sucedido, a cómo
reaccionaban los hombres por defender su fe ante ojos extraños, con qué agresividad
respondían para disipar todo rastro de incertidumbre. Le parecía una completa
locura, a él, al que poco le importaba la fe, la seguridad en una creencia. Le
gustaba más rodearse de incertidumbre, de duda, de desconocimiento… Eso a él le
llenaba, le parecía vida.