miércoles, 17 de abril de 2013

Pura Vida, Iñaki



Allá por el año 2007, a finales de noviembre, tuve el placer de conocerle. No fue un encuentro al uso: él era ponente en una de las proyecciones de la Semana de Montañismo, organizadas en el Auditorio de Oviedo, y yo, un mero espectador. Por aquel entonces, yo ya había hecho algunas incursiones por la montaña y comenzaba, en mi bisoñez, a atisbar ese vínculo tan especial que se forma entre el caminante y el camino, entre el montañero y la montaña, por desconocida o “mundana” que ésta sea.

No me hizo falta estrechar su mano, ni interaccionar con él, para reconocer esa atrayente aura que le envolvía, para percibir su calidad humana. Su discurso se alejaba tanto de la magnanimidad y de la épica con la que, a algunos de esos alpinistas “profesionales”, les encanta engolar su voz... Distaba tanto, que se situaba en las mismísimas antípodas. Y lo hacía de manera natural, sincera, con un relato cercano, cálido, que acercaba la montaña al espectador y no a la inversa. No buscaba vanagloriarse de sus méritos deportivos ni de sus logros alpinísticos: “no tengo ninguna intención de pasar a la historia del alpinismo. Bastante tengo si el alpinismo llega a ser parte de mi historia”. Nada más lejos, sólo pretendía plasmar sus vivencias más personales, sus experiencias más enriquecedoras, a través de sus innumerables viajes a esas montañas que solo son las más hermosas de la excusas. En realidad lo que yo sueño no tiene nada que ver con ellas.”

Aderezando la típica proyección de imágenes con una oratoria notable, micrófono en mano, consiguió crear una atmósfera acogedora. Y, como guinda, de fondo, la música de su admirado Bob Dylan. Era la primera vez que acudía, gracias a la invitación de mi hermano, a un evento de tal tipo. Después, se sucedieron muchos y muy buenos, cada uno en su especialidad, pero ninguna vez como la primera, ninguno como Iñaki. Y no me refiero con ello a que fuera el mejor, cualitativamente hablando, ni él creo que pretendiera aparentarlo. Hablo de otra cosa: de esa sensación de genuina humanidad que, quizás, se sienta, alguna vez en la vida, al conocer a una persona especial. Y él, lo era.

Tras la charla, salí del auditorio con una comezón cercana a la boca del estómago, sabiendo que algo había cambiado en mí, pero sin vislumbrar hasta qué punto. Me había quedado grabada la historia de su encuentro con Mustak:



“Tenía este niño una mirada clara y luminosa, el pelo rubio muy sucio y unos ojos también azules que te hablaban con solo mirarlos. No es tan extraordinario encontrar rasgos arios en Pakistán, se dice que quizás sean descendientes de las tropas de Alejandro Magno. El caso es que había algo familiar en este chico. Intenté hablar con él hasta que me percaté que no me oía, ni me hablaba, pues era sordomudo. Pregunté a nuestro cocinero, que es de por aquí, por el nombre del chaval y me dijo que se llamaba Mustak, y que “no habla pero tiene buen corazón”. Entonces comprendí súbitamente que ese niño era hijo de Sher Ajman, un porteador de altura que murió en una demencial avalancha en las laderas del K2 el año pasado. Los que allí estábamos entonces, le apreciábamos, le apodábamos El austríaco por su aspecto europeo, y lamentamos infinitamente tener que transportar su cuerpo inerte por el glaciar. Así una vez comprendí quien era el niño, le acaricié el pelo y después le regalé uno de mis bolis. Él desapareció a la carrera con el botín y regresó al poco. Me trajo un albaricoque viejo y pocho, quizá su mayor tesoro. Y me lo dio, sonriente. Y yo continué mi caminar hacia el Nanga con eso en mi equipaje. Con la fruta y con la sonrisa eterna de este Mustak que, según me dijeron, tiene buen corazón.”

Después de aquella inolvidable velada regresé a mi contumaz vida estudiantil, aparcando, a un lado, las reflexiones que me había suscitado aquel encuentro. No fue hasta mayo del año siguiente cuando volví a tener noticias de Iñaki. Desafortunadamente, no eran albricias lo que anunciaba el telediario: Iñaki se estaba muriendo en la cara sur del Annapurna. La noticia fue un shock para mí, aquel atrayente alpinista navarro, que había conocido unos meses antes, agonizaba a casi 8000 metros de altura. -¡Qué frágil e inesperada es la vida!- fue lo que pensé. Días más tarde, tras un épico intento de rescate, se confirmaba lo peor: Iñaki nos había dejado para siempre.

He de reconocer, sin rubor alguno, que lloré. Me emocioné tanto al enterarme de la desgraciada noticia que no pude contener las lágrimas. Sé que no lo conocía personalmente ni era amigo suyo, pero hay ocasiones en la vida en las que no hace falta conocer a una persona para sentirla. Admiraba y compartía, a partes iguales, su manera de vivir y sé que, desde ese día, el mundo no sólo perdió una vida, sino también un poquito de su humanidad.

Todavía impactado por la trágica muerte, me decidí a indagar de manera más profunda sobre su figura; dando forma a mis primeras impresiones y colocando palabras donde antes sólo había meras intuiciones. Así que, a través de sus escritos, de sus vídeos y de los relatos de sus más allegados, pude conocer de manera más “íntima” al Iñaki que se ocultaba tras esa etiqueta de alpinista profesional (impuesta, que no puesta): “¿Hacerme alpinista profesional, yo? Se me antojaba cansada y arriesgada la vida de alguien así. Pensaba que serlo suponía creerse más y mejor que otros por escalar montañas. Pero mi visión había cambiado después de conocer a algunos de ellos”. Un Iñaki alejado del artificio, de la más repugnante ambición, de la trampa, de la soberbia, de la insolidaridad…: "Iñaki no era un alpinista más. No era un coleccionista de cumbres, ni un charlatán de aventuras. Le molestaba que le considerasen un héroe y nunca hizo ostentación de su currículum montañero. Subía hasta donde podía y se daba la vuelta cuando creía que había que hacerlo. Su visión del monte estaba muy lejos de las carreras y las competiciones, de los asedios y las marcas.” (blog Andando Descamisado). Y que, por el contrario, practicaba la honestidad (consigo mismo, primero, y luego con los demás), la generosidad, la solidaridad, la ética, la austeridad, la felicidad…  

"Práctico la alegría y no es un capricho cualquiera, un día descubrí que cuanto más la gastas más te queda"- Nach


En palabras de su “hermano” Jorge Egocheaga: "Antes que su talla como alpinista, yo destacaría de Iñaki su valor humano. Era una gran persona. Y destacaría algo más por encima de eso, algo que él me hizo ver claramente: la honestidad. Era la persona más honesta que he conocido, tanto consigo mismo como con otros. Los montañeros sabemos que la familia, nuestros amigos cercanos sufren muchísimo por nuestra pasión. Por eso, el no dejar de salir a la montaña, a pesar de conocer el riesgo y al sufrimiento de sus cercanos, significa ser honesto. Iñaki no se traicionó ni, con ello, traicionó a los suyos."
 
Acostumbrado a desmitificar el alpinismo y todo el circo aparejado detrás, explicaba muchas de las polémicas surgidas en el Himalaya, en los últimos años, como claro reflejo de nuestra sociedad. Una sociedad infecta hasta las trancas de egoísmo, de desidia, de envidias y de ambición: “Mientras, estos días de mayo, filas interminables de ricos héroes trepan enganchados a sus botellas de oxígeno la ruta suroeste del Everest. Apoyados por sherpas de altura y con ropas de última tecnología, compran su sueño por un buen puñado de dólares. Buscan la gloria a 8848 metros. Atacan la cima. Triunfan y fracasan. Cómo explicarles que esas palabras no existían para Iñaki Ochoa. Cómo explicarles que ser montañero no es llegar hasta la cumbre. Cómo explicarles que la grandeza no habita en lo grandote" (blog AndandoDescamisado). Al alpinista, por el hecho de serlo, no debe confundírselo con un arquetipo de héroe moderno: son personas cualesquiera, como tú o como yo, con sus defectos y sus virtudes que comparten una afición concreta, nada más; son tan diferentes entre sí, como lo son todos en cualquier otra profesión. Lo que sucede allí arriba, en condiciones extremas, ocurre aquí abajo cotidianamente. O dicho de forma vulgar: un cabrón en su vida diaria no deja de serlo a 8000 metros de altura.  

"No hay derecha o izquierda. Sólo hay arriba y abajo, y abajo significa estar muy cerca del suelo"- Bob Dylan

Luchador de causas perdidas, aún recuerdo su alegato, en aquella conferencia, en favor del boicot a los Juegos Olímpicos de Pekín. Él, más que nadie, conocía de cerca las atrocidades cometidas por el gobierno chino en la región del Tíbet. E, incluso, el tratamiento deleznable que les ofrece a sus propios ciudadanos.


En las conferencias solía aparecer un tema recurrente: "¿Por qué hacéis esto? Es sin duda la pregunta más repetida en charlas y conferencias. (Aunque curiosamente es una pregunta que sólo formulan los adultos, nunca los niños) Hay gente que no entiende que abandonemos nuestro confort, seguridad y dinero, para venir a hacer algo tan inútil como escalar el K2. La verdad es que aunque pudiera dar una respuesta medio coherente, ellos nunca lo entenderían. Sólo sé que no estamos locos, y que allá arriba es la vida precisamente lo que buscamos."

¿Cómo explicar algo al vulgo, que ya los psiquiatras se encargan de catalogar?: “Dicen los psiquiatras que nosotros los alpinistas, y más concretamente los himalayistas, sufrimos un síndrome que incluso tiene su nombre científico, el “Complejo de Peter Pan”. Nuestro irremediable mal nos hace regresar siempre a los mismos sitios, buscando esa eterna juventud a través de aventuras extremas y, a ojos de los demás, inútiles. Los que supuestamente padecemos semejante desfase siempre estamos haciendo cosas propias de lunáticos, como pilotar aviones o escalar montañas. Además según ellos, siempre nos caracteriza el ser soñadores y huidizos, escapando constantemente de eso que ellos mismos definen como realidad. ¿Qué quieren que les diga? Yo soy feliz aquí, en mi tierra de Nunca Jamás, y si se deja o descuida por un instante lo único que quiero es subirme al Annapurna, y después bajar."

Surcaba continentes y escalaba montañas celestiales, simplemente, para encontrarse consigo mismo. Allí donde la vida es un mero vestigio, donde las condiciones imposibilitan su desarrollo, allí era donde Iñaki experimentaba su libertad y sentía la vida en estado puro. 

Ya habían pasado unas cuantas primaveras desde su primera cita con aquellas montañas: “Empecé a escalar ochomiles cuando todavía era joven, 22 años, dirigiéndome en aquella ocasión al Kangchenjunga. Que insensatez de juventud y que placer recordar aquellos tres meses, que han marcado mis pasos más que 19 años de estudios anteriores…”  Cita que acabaría en un inevitable y eterno idilio, según recordaba el alpinista navarro: “Allí desperté. No sabía que estaba dormido, pero sin embargo había abierto los ojos de par en par a un mundo nuevo que sólo conocía por lo que había leído. Me di cuenta de que pertenezco sin remedio a esas gentes, a esos valles y a esas montañas, y que mi vida ya no tendría el mismo sentido sin ellas”. Al Himalaya no se vuelve. Cuando has venido aquí por primera vez, él se queda contigo para siempre. Habita en ti como una costumbre, quizás como un virus, siempre como una necesidad. Puedes escapar a ratos, hacia casa, pero el resto del tiempo tú le perteneces."

Iñaki, ante todo, fue y sigue siendo, para mí, un referente humano, un ejemplo de vida. Y no lo digo porque crea que todos debiéramos imitarlo y encaramarnos a esas homéricas montañas, no. Lo digo porque, en una época como la actual, en la que la frivolidad, la desidia y el hastío están a la orden del día, él se aferró a la vida con una pasión tan desatada  e irrefrenable como sincera y honesta. Como él mismo decía en referencia a los ochomiles, parafraseando a Doug Scott: “atado al mástil como Ulises, buscando esas islas que brillan en el cielo con luz propia”. Para mí, Iñaki representa eso: una isla, un faro que, en la más lúgubre soledad e incomprensión, en el más desértico de los páramos, guía mis pasos y orienta mi conducta hacia la verdadera vida. Iñaki, para mí, no es un espejo en el que mirarme: es una ventana hacia la que mirar.

El eligió “una opción, un camino en la vida, y como toda elección, supone dejar otras cosas atrás. Pero nunca me he arrepentido y siempre he vuelto a casa, contento, a recobrar nuevas energías.” Y ésa es la idea que deberíamos tener presente a todas horas: enfrentarnos cara a cara con la vida y no rehuirla, arriesgarse, elegir un camino de vida y aferrarse a él hasta las últimas consecuencias, ser felices. En definitiva, salir en busca de nuestro propio Himalaya, vivir: "La escalada ha rescatado mi vida de las garras de una existencia burguesa, mediocre o insignificante, o todo ello a la vez. Aunque haya quién piense que sólo somos niños malcriados de una sociedad decadente, yo no lo creo así, y sólo espero el momento de subir bien alto para mirar una vez más con infinita libertad dentro de mí, y para robarles energía a estas montañas sin par que me alimentan y enriquecen cada vez más. Esta vida, que yo mismo he elegido, me llena profundamente."

Porque, como ya anunciaba Nietzsche, lo verdaderamente peligroso es vivir una vida sin riesgos, una vida acomodada, burguesa, carente de emociones y de alicientes, pasiva e indolente: “Subir montañas no lo considero peligroso o duro. Duro es ir a la obra todas las mañanas. Peligroso es el colesterol, el hastío, los centros comerciales, la violencia, la sociedad no elegida, nuestra clase política, los cánones de belleza aceptados, la burocracia… Las montañas no son peligrosas, la vida la vamos a perder tarde o temprano, con montañas o sin ellas”. Vivir significa arriesgar, equivocarse (“Si has elegido haciendo caso al corazón, no te equivocas nunca”), acertar, sentir, sufrir, disfrutar, llorar, reír, elegir… y, en algún momento, morir. Pero sólo puede morir el que algún día vivió. No vivir por miedo a morir es peor que la propia muerte: significa tu inexistencia más absoluta. “La vida, sin la muerte, no tiene sentido”.

Lo contrario a todo esto es una vida artificial, aberrante e inhumana: "Yo asumo el riesgo de una manera muy sencilla. Sé que la vida la voy a perder igualmente, un día u otro, así que no me compensa cambiar de dirección supuestamente para ganar más días". O, rememorando el proverbio sánscrito que tanto le gustaba: "Prefiero vivir un día como un tigre que cien años como un cordero."

En sus últimos días, seguía irradiando esa pasión que le acompañó durante toda su vida:

"Esa cima que centellea con rabia sólo mide con exactitud nuestra propia vanidad, nuestra 'impermanencia' irremediable. A veces me gustaría ser libre de mis propios deseos, como un budista cualquiera, y ser feliz sólo contemplando la belleza de lo que me rodea, sin necesidad de escalarla. Pero esta es una montaña fantástica, y yo un hambre débil, y el deseo ha crecido tanto que ya es difícilmente controlable sin amenazas".

Documental sobre el intento de rescate, con declaraciones muy emotivas de los implicados.

Película sobre su intento de rescate.


Vídeo sobre su proyecto SOS Himalaya. Como bien dice en él, el Himalaya le regaló tanto en forma de aprendizaje vital que quería devolver el favor, en la medida de sus posibilidades,  a sus gentes y, en concreto, a su capital más importante: los niños.


Al revisar algunos de sus escritos o al volver a ver alguno de los vídeos sobre su intento de rescate, no puedo evitar llorar de nuevo. Y lloro, en parte conmovido y, en otra, quizás, envidioso, porque él sí que vivió una vida verdadera: Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo”. (Oscar Wilde)

Además no sólo tuvo el lujo de vivir verdaderamente, sino que también, por ser como era (en palabras de Jorge Egocheaga), se ganó la inmortalidad a pulso. No me avergüenza decir que, en mi corazón, hay un pedazo reservado para la memoria de Iñaki, una de las personas que más  ha influido en mi vida,  sin lugar a dudas.

“Si he de ser sincero, sé que las montañas sólo son la más hermosa de las excusas. En realidad, lo que yo sueño no tiene nada que ver con ellas. Mis sueños sólo son desgarrados anhelos de amor y libertad”

Anhelos de libertad, de amor; en definitiva, de vida, de pura vida, Iñaki.

No hay comentarios:

Publicar un comentario